jueves, 29 de octubre de 2009

La masturbación femenina


La masturbación en la mujer: el relato prohibido

En las encuestas realizadas sobre el asunto de la masturbación, el porcentaje de mujeres que dice masturbarse es bastante inferior con relación a los hombres.

Ante tales resultados, queda una interrogante cimbrando en el aire que nunca podremos saber: ¿Nosotras, realmente realizamos menos esta práctica o nos cuesta más verbalizar que disfrutamos de tal opción sexual?

Nadie pregunta si un hombre se ha masturbado alguna vez en la vida. Se da por hecho. No ocurre igual con las mujeres. Ellas guardan silencio. Es un tabú. Las mujeres piensan que este asunto debe permanecer en secreto y si alguien les pregunta prefieren negarlo.

Desde niñas, entre las amigas, no hay secretos. Se habla de amores, de odios, de encuentros y desencuentros e intimidades de familia...cuando han tenido sus primeras relaciones sexuales comentan cada encuentro con lujo de detalles.

Pero lo que no dicen, en general, es que practican el autoerotismo o tienen deseos de hacerlo.

¿Qué ha motivado tal rechazo? ¿Por qué tanta condena? ¿A qué se deben nuestros silencios? Tales respuestas se hallan en la historia del autoerotismo, práctica que no ha llegado a nosotras, precisamente, sobre un lecho de rosas.

Por siglos, fue confinado al mundo de lo prohibido. Perseguido por la iglesia judeocristiana como un acto “contra natura” (el único acto sexual válido era el coito para la procreación); se le atribuyó tantas enfermedades y padecimientos que la suma pasaba de 200. Según las creencias de entonces, masturbarse provocaba idiotez, ceguera, caída del pelo, debilidad mental y muscular, trastornos intestinales, dolores de cabeza... En no pocos casos, se decía, los disturbios en la salud eran tan grandes, que llevaban hasta la muerte.

En los siglos XVIII y XIX, circulaban una gran cantidad de manuales y libros médicos contra este “mal” , llamado también “vicio nocturno” o “acto morboso”, que sembraban pánico en la población. Se inventaron aparatos y se puso en boga el uso de camisas de fuerza para impedir que, en las noches, los jóvenes pudieran realizarla.

Todo ese andamiaje estaba montado especialmente para evitar la masturbación masculina pues, en aquel entonces, se pensaba que las mujeres carecían de deseos sexuales. Aunque y por si acaso, ellas también padecieron el peso de aquella persecución con saña.

En la Inglaterra de la revolución industrial, se llegó a advertir que los movimientos de las máquinas de coser a pedales, podían conducir a excitación sexual en las muchachas, por lo que se supervisaba que ellas estuvieran bien sentadas, según ordenaban los estrictos manuales.

En varios países de Europa y en Estados Unidos, se llegó a practicar una operación llamada clitoridectomía (extirpación del clítoris) que, según los galenos de la época, servía para aliviar la epilepsia y otras afectaciones nerviosas como la histeria.

La masturbación femenina, amen de que siempre fue menos aceptada que la masculina, también provocaba un arsenal de trastornos inevitables, tales como la leucorrea, hemorragias uterinas, cáncer de mamas y desórdenes del corazón, entre otros.

Tiempo costó a la sexología abrirse espacio en esa maraña de injurias y calumnias sin´fin. Sólo a principios del siglo pasado, comenzó a hacerse la luz sobre esta práctica –una de las más viejas prácticas sexuales humanas– que llegó a ser incluso catalogada como “elemento destructor de la sociedad civilizada”.

Después de aquellos truenos, que duraron varios siglos, no todo se resuelve ahora diciendo lo contrario. Asimilar las ventajas del autoerotismo que enuncian hoy psicólogos y sexólogos, sobre todo, en la población femenina, es una labor de educación sexual y convencimiento que lleva su tiempo. Especialmente, hay que hablar del tema, cosa que apenas se hace todavía.

Entrando entonces en el asunto de las ventajas, la autosatisfacción es para muchas adolescentes la primera actividad sexual. Por medio de ella, se descubren los sentimientos eróticos y, al acariciarse en soledad, se aprende la forma que más nos acomoda para lograr la excitación y el orgasmo.

Conocer el propio cuerpo, sus reacciones y vivencias eróticas es una gran ventaja para el encuentro sexual con la pareja, señalan cada día más expertos en el tema.

Hay mujeres que se suman a la opinión de que es el hombre quien tiene que enseñarlas a sentir placer sexual. Sin embargo, este criterio podría redefinirse en aras de lograr un encuentro donde ambos van con un adiestramiento inicial que les proporciona mayor confianza, soltura y una comunicación sin miedos, ante la seguridad de que somos capaces de sentir el orgasmo, porque ya lo hemos vivenciado en nuestras caricias en soledad.

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